A primera vista, el tenis de mesa puede parecer un deporte tranquilo, casi zen: una mesita, una pelotita, dos personas dándose golpes con cara de concentración… Pero la realidad es muy distinta. Para jugar bien al tenis de mesa —y no digamos ya competir— necesitas una buena combinación de cualidades físicas y mentales. Y no, no basta con tener buenos reflejos “de consola”.
En lo físico, lo primero es la velocidad. La pelota puede viajar a más de 100 km/h en un espacio reducido. No hay tiempo para pestañear.
También necesitas agilidad y elasticidad: moverse bien, hacer desplazamientos laterales, avanzar y retroceder como si bailaras un tango con la mesa. La coordinación ojo-mano es clave: ver la pelota, entender el efecto y golpear con precisión. Y no olvidemos la resistencia: los partidos pueden ser cortos, pero el ritmo es intenso y constante.
¿Y en lo mental? Aquí viene lo bueno. Un jugador de tenis de mesa necesita concentración a prueba de bombas. No puedes desconectar ni un segundo. También hace falta anticipación: leer al rival, prever su próximo golpe y responder con inteligencia. La paciencia es otro ingrediente clave, sobre todo cuando el punto se alarga o el rival parece tener ventosas en la pala.
Por último, y quizás más importante, se necesita autocontrol. Los nervios, la frustración y los errores están a la orden del día. Saber mantener la calma, pensar en frío y seguir luchando punto a punto es lo que separa a los buenos jugadores de los genios.
Así que ya lo sabes: si quieres destacar en este deporte, entrena tu cuerpo, afila tu mente… ¡y que no te tiemble el pulso ni en el 10-10!